¨Mierda que estoy tan expuesta¨.
Cuando pienso eso y, después, lo escribo en el blog me doy cuenta de lo evidente y los sueños (o ya sensaciones potentes) en los cuales estoy desnuda y todos (vestidos) me miran desde lejos. Allí es donde la sensación cobra sentido (lógico al menos).
Recuerdo el ejercicio que reescribí el año pasado de Carmina y Adela, en todo esto de la confusión en la imaginación y la realidad. En lo que parece y lo que realmente es.
Otra vez: mareos y algo de baja presión, algo de anemia quizás. Pensar derepente que mi nacimiento fue un error, no ver nada realmente funcional en mi permanencia en esta realidad, sin que casi no me importe decirlo. Y eso, el que ya no me importe, es lo que más me preocupa. Creo que lo único que me tranquiliza es poder lograr una armonía general que equilibre todo lo que no entiendo, que pacifique nivele.
Y todo por medio de la empatía.
Exponerse cuesta y duele casi como encontrarse.
Desnudándose uno todo ego se extingue sin pedir disculpas ni permiso, se va y es más duro que salir al mundo por primera vez, porque los defensas no entienden y se esconden, solo queda el cuerpo y las emociones y el intercambio entre ambos, solos, en la marea de lo que realmente existe.
Ya no estoy para esos miedos, me repito, y es absolutamente cierto. Pero la demanda revuelve incesantemente todo lo que antes parecía inmóvil y seguro.